La Llorona
"Cuentan que la Llorona es el alma
en pena de una mujer despojada de sus hijos, por eso su llanto errabundo. En
algunos relatos aparece una mujer enloquecida quien no aguantó la miseria,
acabando con ella y sus hijos. Entonces el alma quedó vagando por los pueblos,
preguntando por sus hijos y lamentando su tragedia".
La Llorona es pues, independientemente de las circunstancias y variantes que cada región le de a su identidad, un mito genérico de los que personifican a un espíritu de una madre en pena.
Simboliza el castigo al proceder de algunos padres que de forma irresponsable y sin medir las consecuencias de sus actos, conciben los hijos para luego evadir sus obligaciones, recurriendo al aborto, como si la criatura por venir fuese la culpable de sus errores.
La Llorona es pues, independientemente de las circunstancias y variantes que cada región le de a su identidad, un mito genérico de los que personifican a un espíritu de una madre en pena.
Simboliza el castigo al proceder de algunos padres que de forma irresponsable y sin medir las consecuencias de sus actos, conciben los hijos para luego evadir sus obligaciones, recurriendo al aborto, como si la criatura por venir fuese la culpable de sus errores.
Quienes le han
visto dicen que es una mujer revuelta y enlodada, ojos rojizos, vestidos sucios
y deshilachados. Lleva entre sus brazos un bultico como de niño recién nacido.
No hace mal a la gente, pero causan terror sus quejas y alaridos gritando a su
hijo.
Las apariciones
se verifican en lugares solitarios, desde las ocho de la noche, hasta las cinco
de la mañana. Sus sitios preferidos son las quebradas, lagunas y charcos
profundos, donde se oye el chapaleo y los ayes lastimeros. Se les aparece a los
hombres infieles, a los perversos, a los borrachos, a los jugadores y en fin, a
todo ser que ande urdiendo maldades.
Dice la tradición
que la llorona reclama de las personas ayuda para
cargar al niño; al recibirlo se libra del castigo convirtiéndose en la llorona la persona que lo ha recibido. Otras
eversiones dicen que es el espíritu de una mujer que mató por celos a la mamá y
prendió fuego a la casa con su progenitora dentro, recibiendo de ésta, en el
momento de agonizar la maldición que la condenara: "Andarás sin Dios y sin
santa María, persiguiendo a los hombres por los caminos del llano".
Durante la guerra
civil, se estableció en la Villa de las Palmas o Purificación, un Comando
General, donde concentraban gentes de distintas partes del país.
Uno de sus
capitanes, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una
aventura divertida para desahogar su pasado luctuoso de asalto y crimen, se
instaló con su esposa en esta villa, que al poco tiempo abandonó para seguir en
la lucha.
Su afligida y
abandonada mujer se dedicó a la modistería para no morir de hambre mientras su
marido volvía y terminaba la guerra.
Al correr del
tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la
pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que
formaba parte del batallón de reclutas que venían de la capital hacia el sur,
pero que por circunstancias especiales, debía demorar en aquella localidad
algunas semanas.
La viuda
convencida de las aseveraciones sobre la muerte de su marido, creyó encontrar
en aquel nuevo amor un lenitivo para su pena, aceptó al joven e intimó con él.
Los días de
locura pasional pasaron veloces y nuevamente la costurera quedó saboreando el
abandono, la soledad, la pobreza y sorbiéndose las lágrimas por la ausencia de
su amado.
Aquella
aventurera dejó huellas imborrables en la atribulada mujer, porque a los pocos
días sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su amor.
El tiempo
transcurría sin tener noticias de su amado. La añoranza se tornaba tierna al
comprobar que se cumplían las nueve lunas de su gestación.
Un batallón de
combatientes regresaba del sur el mismo día que la costurera daba a luz un niño
flacuchento y pálido. Aquel cartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto
del pequeñín.
Al atardecer de
aquel mismo día, llegó corriendo a su casa una vecina amiga, a informarle que
su esposo el capitán, no había muerto, porque sin temor a equivocarse, lo
acababa de ver entre el cuerpo de tropa que arribaba al campamento.
En tan importuno
momento, esa noticia era como para desfallecer, no por el caso que pocas horas
antes había soportado, como por el agotamiento físico en que se encontraba.
Miles de pensamientos fluían a su mente febril. Se levanto decidida de su cama.
Se colocó un ropón deshilachado, sobre sus hombros, cogió al recién nacido, lo
abrigó bien, le agarró fuertemente contra su pecho creyendo que se lo
arrebatarían y sin cerrar la puerta abandonó la choza, corriendo con
dificultad. Se encaminó por el sendero oscuro bordeado de arbusto y protegida
por el manto negro de la noche.
Gruesas gotas de
lluvia empezaron a caer, seguía corriendo, los nubarrones eran más densos, la
tempestad se desato con más furia. La luz de los relámpagos le iluminaba el
camino. La naturaleza sacudía con estertores de muerte. La demente lloraba. Los
arroyos crecieron, se desbordaron. Al terminar la vereda encontró el primer riachuelo, pero ya la mujer no veía.
Penetró a la corriente impetuosa que la arrolló rápidamente. Las aguas
bramaron. En sus estrepitosos rugidos parecía percibirse el lamento de una
mujer.
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